Tras el reciente brote de la crisis ucraniana, aun siendo muy comprensivo con las trágicas circunstancias del pueblo ucraniano, no puedo evitar el abrumador sentimiento de amargura que también parece ser uno de los principales estados de ánimo comunes en Ereván.
A diferencia de la guerra de Artsaj, a Occidente no le cuesta ver claramente la diferencia entre una invasión y una operación militar, entre democracia y autocracia, verdad y propaganda estatal y, por último, entre quién ataca y quién se defiende.
Volodymir Zelensky se ha elevado a la categoría de sobrehumano mientras que Nikol Pashinyan fue tratado por los periodistas occidentales con un evidente grado de paternalismo y culpado de la escalada. Se han necesitado cuatro días para prohibir a Rusia participar en las principales competiciones deportivas, mientras que muchos líderes occidentales asistieron alegremente al Campeonato de la Unión Europea de Fútbol (UEFA) en Bakú cuando cientos de prisioneros de guerra armenios seguían detenidos ilegalmente.
Por Karolina Pawłowska, especial para el Mirror-Spectator.
